MITUS

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Exposició Bar Laurel

Dicen que un amigo es alguien que nos conoce y a pesar de ello, nos quiere. Conozco a Mitus desde nuestra nunca tierna infancia y creo poder decir que somos amigos.

Al despuntar nuestra adolescencia le perdí de vista, encontrándole años después en las movidas Ramblas de mediados de los años setenta. Andaba entonces con su hermano y su primo pintando pisos. Sus compañeros de brocha gorda viendo la parsimonia, lentitud y perfección extremo–oriental con que Mitus encaraba su trabajo, convinieron que se encargara de puertas, ventanas y marcos.

El encuentro con el esmalte sintético Titanlux cambió su vida. Pronto, cansado de la rutina de ventanas y puertas y buscando realizar florituras más complejas, empezó a recoger por la calle cabezales de cama y a plasmar en ellos extraños dibujos, como si supiese desvelar los sueños de los que fueron testigos.

Con el tiempo, agotadas las existencias de cabezales, empezó a pintar sobre tablones de madera. Inició entonces, este autodidacta, una de las andaduras pictóricas más estimulantes que se hayan visto jamás por estos pagos.

Hace cinco años, Mitus, hizo una gran exposición en su Terrassa natal. Se llamaba Obra retrospectiva y comprendía toda su historia, desde los primeros cabezales hasta las últimas obras. Con ella pretendía cerrar un capítulo. Por primera vez, decidió aprender la técnica pictórica convencional y así lo hizo; quería dejar atrás su etapa de tintas planas e iniciar una nueva más compleja. El resultado fue desastroso. Mitus dejó de pintar durante tres años.

Un día un galerista le pidió que le pintase una silla. A partir de ahí, Mitus, volvió a pintar con renovados ímpetus. Hizo lo que había hecho siempre pero más perfeccionado y detallista. Si antes tardaba quince días en completar una obra, ahora podía tardar dos meses, tal fue su síntesis. Gracias a aquel galerista, este humilde pintor que al contrario que muchos de sus contemporáneos no ha olvidado que la misión del arte es la búsqueda de la belleza y la bondad, volvió a coger los pinceles.

La pintura de Mitus no debe nada a nadie, no está filtrada por el intelecto ni tiene el autor el deseo de agradar ni epatar. Tan solo se limita a abrir las escotillas de la percepción y dejar que afloren desde el fondo las imágenes, como el llanto de un recién nacido. Pero atención, no se dejen engañar por su estilo aparentemente ingenuo. La pintura de Mitus nunca es inocente.

Hoy, después de haber recorrido juntos el Camino de Santiago y otros muchos que la vida nos ha puesto por delante, coincidimos en esta isla, tan alejada de las grandes masas lobotomizadas por la TV como del diseño y la pedantería, que es el bar Laurel. Un club de corazones solitarios y generosos donde todavía florecen especies en vías de extinción, como la amistad y la buena conversación.

Creemos, sus admiradores, que mejor estaría su pintura en el MACBA o en la Fundació Miró. Pero paradójicamente a Mitus le trae sin cuidado el éxito y los grandes fastos. Prefiere compartir su obra con sus amigos.

Como dijera Góngora: Busque muy en buena hora el mercader nuevos soles, yo conchas y caracoles entre la menuda arena.

 

Martí Sans

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